LO QUE NOS TRAJO LA ESTATUA DE MARTÍN URIETA

3 años ago
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Se hacían grandes y preocupantes los números del COVID; teníamos la obligación de no salir de casa. La tentación fue grande: invitado a la develación (inauguración, presentación, festejo como se quiera decir) de una estatua de Martín Urieta y me insistía un gran amigo, promotor, ayudador de Martín que a ambos nos dice hermanito.

Tentación grande por varios motivos: mi vida transcurrió cerca de la Plaza de Garibaldi: viví sus glorias, su terrible decadencia y he admirado su recuperación, su renacimiento y la principal conozco algo de su obra y de su persona. Lo quiero y lo admiro, pues.

A pesar de las ganas de estar ahí, decidí no ir: vamos a ser muchos, aunque ya vacunados que regalaremos el virus a los más jóvenes; sin embargo, de lo que no me perdí fue de preguntar por lo ocurrido y alegrarme, con la sana distancia que da el teléfono y el zoom, con los que si fueron.

Martín Urieta hecho estatua, inmortalizado, acompaña a otros grandes: al mayor, José Alfredo, a Tomás Méndez, a Juan Gabriel, a Lola Beltrán, a María de Lourdes y otros más. Las estatuas alineadas desde la entrada a la plaza por la Calle de Honduras dan la bienvenida a quienes ahí llegan.  Ser reconocido por los mariachis indica que Martín Urieta ha sido parte en esa diaria lucha para que la cultura de México viva, renazca, nos siga dando identidad.

Tener una estatua en Garibaldi significa el reconocimiento a una vida a favor de la música. Atrás de cada estatua, cada vida hay trabajos, ilusiones, luchas, fracasos, búsquedas, inspiración. De todo eso está hecho Martín.

Hace unos tres años fui con unos amigos al hermoso pueblo de Metztitlán. Los llevé a conocer la vega y el convento. Ya de salida tomamos un camino equivocado. A un lado el cerro, del otro una barranca profunda y ahí un pequeño pueblo enfiestado. Y ahí, como decimos los urbanitas, en medio de la nada escuchamos desde la barranca Mujeres Divinas. Cuando se pudo hablé por teléfono con Jorge Hebert Esponiza el gran amigo de Martín: dile que ya está consagrado, que su música se oye hasta en el pueblo más perdido de la sierra.

Y así ha pasado con sus canciones. Mujeres Divinas, Acá entre Nos, Bohemio de Afición, Compréndala, Urge, Mi Vejez y muchas más; nos las sabemos, las cantamos, nos duelen, nos consuelan, son nuestras y nos dicen mucho.

En las letras de sus canciones Martín introduce frases acuñadas por el idioma cotidiano, “Acá entre nos quiero que sepas la verdad”, “Y después de curar tu herida, te me vas al diablo”, “Luego sin rencores dejo que se alejen si les da la gana” ,Me quito la camisa por un buen amigo” “Discúlpeme señor se lo suplico, si llegan a ofenderlo mis consejos, con darle mi opinión, nada le quito al fin usted es dueño de sus besos.”

En la grabada por más grupos y solistas y con muy diversos ritmos, su canción Urge, toma el tema de esa frase que aparecía en algunos letreros para ofrecer trabajo: “Urge planchadora de trajes, Urge mosaiquero, etc” Aquí nos dice: “Urge, una persona que me arrulle entre sus brazos, Urge, que me despierten con un beso enamorado” Martín une al lenguaje cotidiano – y esto es clave en la belleza de sus letras –  con la frase propia de la inspiración poética.

Lejos del lenguaje alambicado y distante de muchos de los creadores de antes y todavía más lejos de la grosería de muchos de los actuales, Martín Urieta con excelente oído une frases acuñadas por el habla cotidiana con la poesía.

En la música utiliza lo que podríamos llamar contrapunto: se van supliendo unas notas con un tono por otras con uno diferente. Esto permite al cantarlas hacer diferencia entre unos versos y otros. Además varias canciones traen un coro que permite que todos lo canten.

Todo esto no es fácil, aquí hay inspiración y mucho trabajo y formación personal. Martín Urieta es profesor de educación primaria y de educación secundaria en las especialidades de artes plásticas y de español. Tiene, desde el punto vista académico, por tanto, dos maestrías. Fue maestro de teatro muchos años de la Escuela Normal Superior y pocos lo saben: estudió en una escuela para actores y así como Chespirito hacía los guiones de Viruta y Capulina, Martín los hizo para Clavillazo a quien, además servía de patiño.

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Los amigos profesores de Martín lo recuerdan trabajando en escuelas secundarias; reuniéndose con otros músicos y profesores en tardes de bohemia en las que probaba y presentaba sus canciones. Lo recordamos en sus inicios cantando una o dos canciones en teatros de por Garibaldi; su nombre en letras en el programa muy chiquitas y después, ya en letras mayores ahí donde se cantaba música mexicana. La vida de Martín transcurre junto con la del predominio de todos los ritmos y modas venidos del habla inglesa. No fue fácil, pero con su trabajo de compositor e interprete mantuvo en vida junto con no muchos otros a la música mexicana.

Al saber de la dedicación de una estatua a Martín Urieta se me presentó un Martín quizá el más entrañable: el admirador, difusor, promotor de sus hermanos los compositores. En tiempos como estos de división, de golpeteo, del sálvese quien pueda, los ejemplos de solidaridad, de apoyo entre pares, de ayuda a quien poco tiene se vuelven imprescindibles: señalan el único camino para salir adelante, para renacer. De eso vale la pena hablar sobre Martín.

Durante años, con algunos otros amigos, Martín fue el inspirador y la fortaleza de la Hermandad de los Compositores y de la Casa del Compositor en la calle de Villalongín, restaurante y lugar para presentaciones. Ahí se ofrecía, con toda discreción, a los compositores con problemas familiares, económicos un lugar digno para dormir y para comer. La Hermandad de los Compositores mantenía el lugar era como lo dice su nombre, una posibilidad de unión, de apoyo, de compañía.

En esos años de principio del siglo, Martín convocaba homenajes a compositores. En grandes veladas y desveladas aparecían muchos de los creadores de nuestras canciones, una fiesta increíble: de Teodoro Bello, del de Pacas de a Kilo a la finura y guapura de doña Emma Emilia Valdelamar, de Massías a Beto Estrada, el de Como quien Pierde una Estrella, llegaba don Homero Aguilar el de buena parte de las canciones de la Sonora Santanera y al rato estaba en las baladas Héctor Meneses.

Ahí se reunían los compositores y sus familias. En el momento de las presentaciones Martín hacia la apología:  platicaba de cada uno como si fuera casi el único, el mejor compositor. Situaba sus obras, sus éxitos, narraba algo de la vida.  Eran halagos entre pares que son los mejores y era el momento en que se igualaba a los más grandes y exitosos con los de mediana o escasa popularidad. Todos salían ganando.

A estas reuniones, magia de Martín Urieta y de Jorge Heber Espinoza eramos convocados gente de la Secretaría de Educación Pública, hermanaban decían a maestros y compositores. Y así era: nos acercábamos, nos sentíamos privilegiados de estar ahí y claro está pagábamos con alegría nuestras cuentas cuyo monto casi en su totalidad eran para el homenajeado, siempre alguien con alguna necesidad económica, de esto hasta mucho después me enteré.

Al saber de la estatua para Martín recordé estas historias de ayuda a hombres y mujeres dignos, creadores y que cargan, como tantos de los grandes, con problemas de dinero. Todo ello Martín lo hacía con la broma, con la sonrisa, haciendo sentirse al homenajeado como quien hacia un gran favor con su presencia.

Las canciones, las modas en los ritmos expresa son parte de la cultura, del espíritu de un pueblo.  A través de las canciones expresamos nuestros sentimientos, interpretamos lo que nos pasa. Por las canciones sacamos lo que traemos adentro, lo reconocemos, nos identificamos. Ahora que tanto necesitamos encontrar nuevas y mejores formas de cultura, más cercanas a nuestras raíces, a nuestra vida cotidiana, a lo que hemos sido obras como la de Martín Urieta forman parte de nuestro renacer a un espíritu común más nuestro, más propio, más cercano a lo que somos.

Profesor, amigo, capaz de conjuntar a todos los compositores de México y de reconocer la grandeza de cada uno, su estatua es un testimonio de que en México todavía sabemos conocer y reconocer a lo mejor que tenemos. Al oír y cantar sus canciones vale la pena recordar que son hechas por un profesor de Michoacán que ha sabido regalar estímulo y cariño a sus hermanos compositores y ha sabido unir el lenguaje de la calle, del campo con la poesía, en una palabra, que ha ayudado a que renazca nuestra cultura.

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