TEPITO: SU RENACER Y SU DESTINO

3 años ago
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El barrio de Tepito, nunca fue ni muy seguro, ni muy elegante. Pero fue un barrio de gente trabajadora que tuvo algunos años de renacer de sus problemas. Sobre esos años me quiero referir.

En Tenochtitlán lo que es ahora Tepito, era una lengüeta de tierra y lodo sobre la laguna, entre Tlaltelolco y los tempos y palacios del centro, ahí vivían esclavos y macehuales. Esa distinción de albergar gente pobre se mantuvo todo el tiempo. Ya para el siglo XX llegaron del Bajío, producto de la Revolución y de la persecución religiosa, familias de zapateros. Ellos convivieron y se integraron con artesanos de todo tipo y comerciantes varios de toda maña: vendedores de chueco, de robado o usado, pues.

Por ahí de 1950 varias de sus calles estaban invadidas por locales grandes de madera. En ellos se fabricaban zapatos, sí aquellos de marca que después se vendían a grandes precios en las zapaterías del Centro de la ciudad. Las banquetas sufrían la invasión de vendedores de ropa usada. A ese desorden se unía el mercado de comida, también en las calles.

Llegó la gran reforma de la ciudad con el regente Ernesto P. Uruchurtu. Se tiraron varias manzanas de vecindades. Se construyeron cuatro mercados: el de zapatos, el de comida, el de artículos varios y uno, con grandes planchas para que quienes vendían ropa, zapatos o herramientas usadas mostraran su mercancía.

Tepito cambió. Fueron veinte años, entre los cincuenta y los setenta que el barrio se reconoció capaz de ser mejor. En las vecindades se fabricaban zapatos, en las calles se caminaba con seguridad y los mercados atraían a quien buscaba los mejores precios. Fueron los años en que algunos boxeadores, en particular el queridísimo Raúl “Ratón” Macías le dió a nuestro Tepito fama mundial de bravo y formado por buenos hijos.

Tepito renace porque tuvo varios lugares, varios centros que unían a la comunidad, que le daban fuerza y categoría. En ellos las familias se encontraban, los niños y jóvenes hacían amigos y los momentos importantes de la vida eran celebrados con gran dignidad. De esos tiempos queda esta enseñanza: el renacer requiere de lugares de gran calidad que muestren que sí se puede superar y mejorar. Por lo contrario, la extinción de esos lugares quita toda oportunidad de mejora.

Un lugar emblemático del barrio fue el bello, limpio, cuidado, lleno de luz, piadoso Templo del Carmen.  Por aquí ya avanzado el siglo XVI llegaron los primeros carmelitas. Les ofrecieron una ermita pequeña en lo que hoy es el Templo de San Sebastián en el Centro de la ciudad de México, después construyeron un gran templo con su convento unas cuadras más al norte. Lo que salvado de los destrozos de la Reforma es el actual templo hoy asfixiado por el ambulantaje y situado en la esquina de las calles de República de Nicaragua con República de Dominicana. Enfrente la escuela Abraham Castellanos y lo que fue la llamada Plaza del Estudiante, hoy también invadida de puestos.

El Templo del Carmen en las misas de los domingos tenía tal cantidad de feligreses que se tenía que abrir el cancel de la puerta para que oyeran misa, en la acera de enfrente, los que no cabían en el lugar. El órgano y los que cantaban fortalecían los sentimientos de piedad. Ahí nos encontrábamos las familias. Ahí los bautizos, las primeras comuniones, las bodas de la gente del barrio. Ahí los primeros viernes en que por cientos llegábamos a recibir la comunión. El templo del Carmen no tenía nada que pedir y sí mucho que ofrecer a otros en las colonias elegantes de la Ciudad.

Quienes, viviendo en modestas vecindades, las familias que luchaban por su sustento diario gozaban en el Carmen de experiencias que trascendían para bien su diario vivir. En el corazón de estas experiencias estaban los padres carmelitas. El Padre Victoriano sesentón, alto, fuerte, de gran voz se sentaba a confesar durante horas: había docenas de personas que deseaban el perdón y la palabra consoladora. Ese mismo sacerdote organizaba, dentro del templo, procesiones, celebraciones a la Virgen, catecismo, etc., que le daban momentos místicos a la gente del barrio.

Unas cuadras hacia el norte, está junto a la Parroquia de San Francisco, la famosa cancha del Maracaná de Tepito. Su fama de formadora de buenos futbolistas es justa. Lo mejor de su existencia fue ofrecer a los jóvenes la oportunidad de organizarse en equipos, de cuidar su salud, de entrenar, de aprender a ganar y perder en paz.

El Maracaná fue incluyente: las Gardenias de Tepito era un equipazo de homosexuales fuera del closet, respetado por su buen fut bol. En el Maracaná había días que se jugaba de siete de la mañana a doce de la noche o la una del día siguiente. Ocupación plena: cientos de jóvenes entrenaban, se cuidaban, se sentían partícipes de algo importante. Por esa época surgió el Torneo de los Barrios en el cual equipos del Maracaná consiguieron un lugar destacado. El Maracaná era polo de atracción, lugar de encuentro deportivo y humano. Por el Maracaná muchos jóvenes mantuvieron ocupados su alma y su interés en su desarrollo, lejos de las drogas.

Ahí junto el Deportivo San Francisco y a unas calles del Tepito: en ambos la oportunidad de entrenar boxeo. Diariamente decenas de jóvenes aprendían de algunos de los grandes. Traté de cerca en esos años a José Medel y a el Copetón Jiménez, excampeones nacionales y ejemplo para los muchachos. Lo tenían muy claro: quien viene a entrenar se cuida, vive bien, crece y si hay problemas renace.

Con el Templo del Carmen, en lo espiritual y con el Maracaná y los gimnasios en lo deportivo, Tepito tuvo dos lugares que dieron el complemento humano a un barrio que renacía gracias a la construcción de mercados y a liberación de sus calles.

En el renacer humano fueron de gran importancia las escuelas que se convirtieron en punto de encuentro de las familias, en lugar de convivencia, en oportunidad de hacer amigos y, en particular, lugares que ofrecían a niños y jóvenes el sueño de seguir sus estudios. Varias escuelas del barrio fueron modelo de enseñanza y de formación. Para las niñas el Colegio María Ernestina Larráinzar, el Larráinzar tan querido por tantas familias y para los niños el Colegio Latino Americano cuyos egresados de primaria obtenían pase directo y con beca a el Colegio Cristóbal Colón, una de las secundarias más prestigiadas de la ciudad.

Entre los años 50 y 70 del siglo pasado, muchas familias de modestas vecindades cuyo jefe era artesano o empleado de bajo nivel vivieron en carne propia aquello que la educación es medio para superarse. Las fiestas de fin de curso del Larráinzar eran famosas. Era tanta la asistencia que las monjitas tenían que rentar un teatro o un cine. Recuerdo los festivales en el cine Acapulco, en el teatro Cuitláhuac y quizá el más relevante, el lleno en el Teatro Iris, hoy Teatro de la Ciudad de México.

De nueva cuenta en ese servicio que da vida a las familias y al barrio aparecen algunas figuras. Su cualidad principal, además de la de saber dirigir era el que conocían bien y recordaban a cada uno de sus alumnos y de sus familias. Sabían de logros y problemas e intervenían cuando hacía falta.  Así la madre María del Tránsito y el profesor Velázquez eran para el barrio figuras de autoridad moral. Estimados, aceptados, escuchados. Daban seguimiento a los exalumnos, citaban a los papás para resolver juntos los problemas de sus hijos y creaban, esto quizá lo más importante, un ambiente de cariño y dignidad, de seriedad y estímulo en un barrio que diariamente corría el riesgo de la decadencia.

Ahora que se habla de la necesidad de fortalecer los lazos sociales para evitar los daños de la delincuencia, brilla con gran intensidad el papel de las instituciones. Entre la masa fácilmente manipulable y las familias con capacidad de optar las instituciones hacen la diferencia. El templo del Carmen, el campo de fut- bol Maracaná y el gimnasio Tepito, los colegios cercanos cumplieron la función de unir familias, ofrecerles experiencias de dignidad, alegría y esperanza, captaron el tiempo y el interés de los jóvenes. Hicieron renacer a un barrio famoso por su pobreza y delincuencia.

Qué después la corrupción de los gobiernos, desde la época de Salinas de Gortarí, llevaron a ahogar esas instituciones, a rodearlas de puestos y delincuencia, a la venta de las calles y a convertir al barrio en todo lo que no debería ser muestra de nuevo que el renacer exige instituciones, lugares, personalidades que conjunten, que ofrezcan a un barrio la experiencia de que se puede vivir mejor, de que se puede y se debe renacer.

Algo vez Tepito tuvo calles limpias y familias capaces de superar los retos del entorno. El renacimiento del barrio tuvo como factor importante la fortaleza de algunas instituciones y no del gobierno. La decadencia actual, el predominio de la delincuencia, la pérdida en las drogas de sus jóvenes requerirá de momentos de renacer, de volver oportunidades para vivir en plenitud: con espíritu, con salud, con hermandad. Y ahí la crónica de lo ocurrido ofrece la enseñanza del papel de las instituciones y de sus directivos. Ahí está una pista que puede abrir de nuevo el barrio hacia la vida.

Alejandro Cea Olivares

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